“Conviértanse…” (Lc
13, 1-9)
Cuando muere
gente en un accidente de tráfico, algunos dicen: “¡Cómo puede permitir esto Dios!” ¿Qué pensar
de esta frase?
También lo dicen cuando hay terremotos, como
en el de Haití el 12 de enero de 2010, en el país más pobre de América Latina.
También en los tsunamis, en las balas perdidas…
A Jesús en el evangelio de hoy le fue gente
con noticias también trágicas:
-
“Jesús, ¿sabes que unos galileos fueron
degollados por Pilato mientras ofrecían sus sacrificios en el Templo? ¿Sabes que se cayó la torre de
Siloé y aplastó a 18 personas?”
¿Cómo interpretaba la gente
estas noticias trágicas?
Ante los guerrilleros degollados, seguro que alguien le
diría a Jesús:
-“¡Esos malvados romanos! ¡Vamos a deshacernos de
ellos!
Jesús no opina sobre los
guerrilleros. De hecho fracasaron definitivamente cuando, a finales de los años 60 después de Jesús, lograron un último alzamiento de Jerusalén contra los romanos,
pero éstos la destruyeron, y así se dio inicio al largo exilio judío, que ha durado casi hasta nuestros
días.
También le traen la otra noticia de los 18 aplastados para ver qué opinaba. Muchos decían: “¡Qué habrán hecho que Dios los castiga así!”.
¿Cómo reacciona Jesús ante tales
comentarios?
Jesús se rebela contra tales frases,
llenas de prejuicios y malinterpretaciones.
Jesús simplemente pregunta; "¿Creen ustedes que esos galileos degollados y
esos 18 aplastados eran más pecadores que los demás de Jerusalén, que se
mantienen vivos?"
Es decir, Jesús nos dice que la desgracia no ocurre
por ser uno pecador. Los justos y los inocentes también sufren desgracias,
igual que los pecadores.
El terremoto que destruye un club
nocturno, también destruye una iglesia, y mata tanto al que atiende el bar como al sacerdote. En tales casos, la
culpa no interviene.
Pero hay tragedias, que vienen del pecado, del descuido... Quienes conducen sus autos borrachos matan personas inocentes. Los abusivos lastiman a sus parejas e hijos.
Ante tales
tragedias, a algunos les vienen dudas hasta de la existencia de Dios.
Te cuento esta historia:
<Un barbero hablaba con su cliente sobre
enfermedades, y le llegó a decir:
-
“Yo no creo que Dios exista”. - “¿Por qué?”, preguntó el cliente.
-
“Es muy fácil: si Dios
existiera, ¿habría tantos enfermos, tantos niños abandonados? ¿Cómo puede Dios
permitir todas estas cosas?”
El cliente terminó de cortarse el pelo,
salió del negocio y vio a un hombre con la barba y el cabello largo. Entró de
nuevo a la barbería y le dijo al barbero:
-
“¿Sabe una cosa? Los barberos
no existen”. - “¿Como? Si aquí estoy
yo”.
-
“No...! Ahí fuera hay un hombre
con barba y pelo largo. Si existieran los barberos, no habría personas con el
pelo y la barba tan largos”.
-
“Bueno. Lo que pasa es que esas
personas no vienen a mi”.
-
“Exacto...!” dijo el cliente. “Ese
es el punto. Dios sí existe; lo que pasa es que las personas no van a él y no
le buscan. Por eso hay tanto dolor y miseria”.
Y el barbero se quedó pensando.
¿Cómo reaccionar ante una
tragedia?
Cualquier
calamidad, pública o privada, puede ser, en lenguaje teológico, ‘una gracia
actual’, es decir, un signo por el que habla Dios. La muerte siempre está al
acecho, y viene con sorpresa. Es el signo más vivo de nuestra condición humana
limitada. Esta certeza de la muerte nos indica que la única respuesta a ella es
la conversión, no para huir de la muerte, sino para volvernos a Dios con todo
nuestro corazón y, así, hacer de ella el momento de nuestra última y confiada
entrega a Él.
También nos llama Dios a comprometernos a favor de los débiles, como Moisés con los israelitas esclavos en Egipto (1ª Lectura de hoy).
Hablas de
compromisos adquiridos. ¿Cuándo nos comprometimos a todo eso?
Primero,
en el bautismo. En él renunciamos al pecado y al mal, al egoísmo, a la
enemistad, a todo lo que nos aparta de Dios, y nos comprometimos a una vida
espiritual como la de Cristo, libre de egoísmos, fielmente entregada a Dios y a
nuestros hermanos.
Segundo, en la Eucaristía. La ‘comunión’ con Cristo nos lanza a un compromiso mayor, que es la práctica y proclamación del amor, como algo esencial al cristiano.
¿Jesús se inclina a castigarnos o
a darnos otra oportunidad?
A Jesús no le interesa
condenarnos, sino salvarnos y redimirnos. Aquí se pintó Él:
<Uno tenía una higuera plantada en su
viña; fue a buscar fruto en ella; no lo encontró, y dijo entonces al viñador:
- “Ya ves:
tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro.
Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó:
- “Señor,
déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da
fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.>
Jesús intercede ante el Padre para
darnos una “última oportunidad” de producir fruto, de vivir de acuerdo con Dios. Jesús hace su papel a través de padres, docentes, sacerdotes,
religiosas, amigos… y aun de enemigos, que con sus críticas nos alertan. Diferir la conversión es
desaprovechar el amor paciente de Dios y condenarnos a la esterilidad.
Fuente: Correo electrónico. // Fotografía: Tomada de la red, autor de nombre ilegible o confuso.
Reflexión Padre Arturo Peraza: https://www.facebook.com/871245462/videos/1383799395416438
Misa (Caracas, 20/03/2022) Cardenal Porras: https://www.youtube.com/watch?v=5k1gaYBvRQY
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