lunes, 22 de diciembre de 2025

Vísperas de la Navidad: dos principios universales

UNA NOTA SOBRE EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES CULTURALES

Luis Barragán

El medio digital abrió distintas y novedosas fronteras a la industria cultural, por lo que es un mero pretexto la mudanza tecnológica de herramientas dizque para justificar el bajo consumo en los tiempos decembrinos que muy antes fueron de un sano apogeo para el sector privado de la economía. La sola temporada de gaitas, por ejemplo, nos impuso de las grandes novedades de compositores, intérpretes y grupos que competían en las emisoras radiales y televisivas, en los grandes escenarios poliédricos y neocircenses de la ciudad capital al igual que los más modestos locales nocturnos, y en los ámbitos escolares, generando un auténtico clima festivo que no negaba la profundidad de los problemas, la dureza de las dificultades, la punzada de la pobreza,  y la buena humorada que también ayudaba a amortiguarlos y afrontarlos con mejor ánimo y determinación.

A nadie sorprende los resultados de la Encuesta Nacional de Consumo Cultural del presente año, realizada por el Instituto de Investigaciones de la Información y de la Comunicación (IDICI) de la Universidad Católica Andrés Bello junto al Instituto Delphos. Las plataformas de streaming, ejercen un importante dominio en los hogares, pero el gusto masivo y popular continua atado fundamentalmente al viejo cancionero y, Bad Bunny aparte, las nuevas generaciones pocas veces reparan que las melodías y los géneros más escuchados promedian más de medio siglo de grabadas: siendo la mejor encuesta, ¿no aturde en los medios públicos de transporte, por las supercornetas ambulantes de automovilistas vanidosos, desde las abusivas fiestas que desafían a vecinos en barrios y urbanizaciones, en los audífonos de una privacidad traicionada a juzgar por la muchacha que camina distraída por las calles?

El Estado podía desarrollar y desarrolló decisivas tareas de animación cultural, pero hubo un interesante y honesto empresariado privado que descubrió, estimuló y propulsó un limpio mercado del arte a través de galerías, teatros, conciertos, salas de cine, con presentación del talento nacional y del foráneo. Por supuesto, hubo los petrodólares para recibir a los grandes huéspedes del momento que sabían de la posibilidad de vender discos, obras plásticas, entradas para dejarse ver por sus seguidores: a este país vino medio mundo, y, como Serrat, el mudo contestatario de ahora, medio mundo dejó de venir por aquel otro principio universal sino-venezolano digno de un latinazo para consagrarlo: sin leal, no hay lopa (sine pecunia, vestis non est).

Una somera revisión de la vieja prensa permite constatar que la música académica gozaba de un público vigoroso que celebraba a compositores, directores y ejecutantes, sirviendo también la sede de la Biblioteca Nacional para grades veladas. Estuvimos muy familiarizados con los insignes venezolanos que cultivaron el género y lo llevaron a la radio, a la prensa, a la discografía, al comentario cotidiano, a sendos cursos de apreciación, y, entre los numerosos nombres de una enorme dignidad musical, cada diciembre lo enriquecían los aguinaldos y villancicos de remoto origen que Vicente Emilio Sojo salvó del olvido.

Los grandes artistas pasaban al menos por Caracas, como el meritorísimo Zubin Mehta, quien – por cierto – pronunció una contundente e irrefutable sentencia ante su entrevistador, Lorenzo Batallán, que aceptamos aunque gustemos del género: “Los músicos de rock, no pueden llamarme colega” (El Nacional, Caracas, 16 de septiembre de 1972).   La Radio Nacional, como después, la emisora Cultural de Caracas 97.7 FM, los programaban, los difundían, los popularizaban en desigualdad de condiciones respecto a los ritmos comerciales.

Emociona ver una fotografía de Ángel Sauce, nuestro extraordinario compositor, director y violinista en compañía de Pedro Antonio Ríos Reyna, por entonces, concertino de la Orquesta Sinfónica Venezuela, junto a un gran pianista búlgaro invitado, Sigi Weissenberg. Lo curioso, para más señas, es que la gráfica de Petre Maxim, estuvo destinada a un reportaje suscrito por el extraordinario crítico Eduardo Lira Espejo, publicado en la revista Shell (Caracas, año I, N° 1 de 1952), dirigida por Vicente Gerbasi con un tiraje de 17 mil ejemplares de distribución gratuita en todo el territorio nacional, hecha de papel noble, diseño e impresión impecable: ¿acaso, no constituye una muestra de lo que llaman el destino universal de los bienes, por asomar una idea?

Sobre todo, el diciembre musical fue muy pródigo y, recordamos, cuando fuimos integrantes de la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional, tiempo atrás, aquel testimonio tímido y dolido de un ejecutante de la fundación Orquesta Sinfónica Venezuela que lo comentó informalmente, quejándose por la falta de presupuesto. Obviamente, la delegación de los “trabajadores musicales”, como un diputado oficialista la calificó, no volvió más con esta o cualquier otra queja, ora porque la opinión pública sólo ya conocía a José Antonio Abreu, ora porque consideraba pavoso el género que tanto cultivó al maestro Johan Sebastian Mastropiero.

Fotografías: Ya referidas, revista Shell de 1952.

23/12/2025:

https://www.elnacional.com/2025/12/una-nota-sobre-el-destino-universal-de-los-bienes-culturales/

2 comentarios:

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