DE LA GUERRILLA MILITAR A LA ELECTORAL
Luis
Barragán
La
más elemental definición de la guerra de guerrillas, nos lleva a
características tales como la de su provisionalidad, el desgaste que procura
infringirle al enemigo, y su realización por civiles trastocados en
soldados. Sugiere el despliegue de un
grupo armado capaz de adiestrarse sobre la marcha para emprender un combate
irregular, periódico o continuo, reforzando otras iniciativas políticas, fueren
o no violentas.
La fórmula se convirtió en un mito fundamental de América Latina, finalmente
capitalizado por la izquierda marxista que sacralizó la experiencia
cubana. Y, es necesario decirlo, si bien
es cierto que Sierra Maestra constituyó un factor esencial para el derrumbe de
la dictadura de Fulgencio Batista, no menos cierto es que otros elementos de
profunda significación y consecuencias políticas también lo contribuyeron, resultando decisivos.
En Venezuela supimos de una
insurgencia armada que trató de prolongarse, a pesar de la derrota política y
militar sufrida, definitivamente abatida por la sensata reincorporación de sus
líderes a la libre cotidianidad democrática, las bonanzas petroleras que trastocaron
importantes valores y principios de la venezolanidad, y a la conclusión de la
llamada guerra fría. En Nicaragua, los
insurgentes cumplieron con el objetivo de derrocar a Anastasio Somoza,
confundido el sandinismo con el Estado hasta llegar a los extremos
inconcebibles del ejercicio actual de Daniel Ortega; o, en El Salvador, el
conflicto se hizo demasiado prolongado y, más o menos niveladas las fuerzas en pugna, se
impuso el realismo para convenir en la pacificación y la convivencia, por
entonces.
La experiencia colombiana ha sido
distinta, pues, imposibilitada una victoria culminante de los movimientos
guerrilleros, pronto degeneraron en actividades comerciales abiertamente
ilegales y derrotados en la presente centuria, encontraron la protección y el
resguardo de Chávez Frías, desde que
principió su gobierno. Asentados en nuestro
territorio, tales movimientos, a nuestro juicio, convertidos en ejércitos
regulares y permanentes, excedidos en el delito para sobrevivir, han rivalizado
amargamente entre sí, añadidos los
grupos escindidos o desertores, reorganizados en defensa de sus más caros
intereses.
Nadie puede pretender una versión idílica
de la Colombia largamente sufrida que generó condiciones objetivas para la
rebelión, pero tampoco darla en relación a las guerrillas, por cierto, un
término en desuso a juicio de Jon Lee Anderson al prologar el libro de Darío
Villamizar. Éste, obviando la
descomposición de los movimientos insurgentes que han contado y cuentan con
el franco respaldo del régimen de Chávez
– Maduro, considera el problema un artificio o estratagema: "A fin de
encubrir su incapacidad de darle salidas a la crisis y justificar nuevos impuestos
para el armamentismo y la guerra contrainsurgente, el gobierno ha avivado el
conflicto con Venezuela, el cual también le sirve a los intereses de la oligarquía
de ese país y al Pentágono" (vid. "Las
guerrillas en Colombia. Una historia desde los orígenes hasta los
confines", Debate, Bogotá, 2017: 9, 776).
Luego, movimientos armados desde
lejanas décadas, pierden sus fines políticos reales, hallando otro modo de
profesionalización de la violencia que, además, ya no monopoliza el Estado,
sobreviviendo por los medios criminales a su alcance. Y sirve de soporte a
otras iniciativas políticas inmediatas que favorecen toda tendencia a la
estabilidad, entroncándose con intereses anti-occidentales de la más variada
gama.
DEL REVANCHISMO ELECTORAL
La violencia política colombiana ha
sabido de las más variadas expresiones que permiten cuestionar la idea misma de
las guerrillas, por no citar los más inverosímiles desarrollos que adquiere el
delito común bajo su amparo. Recientemente, entre otros, la muerte del líder
guerrillero apodado Gentil Duarte en el
estado Zulia, disidente de las FARC, actualiza una realidad imposible de
ocultar; por cierto, las autoridades públicas venezolanas nunca desmintieron la
noticia, abonando a la complicidad o sociedad del régimen con una situación que
tiende a agravarse.
Gustavo Petro Urrego ha
reflexionado sobre la guerra de guerrillas, siendo prefiriendo la construcción de un ejército para hacer la
revolución confiriéndole un profundo abolengo bolivariano a la idea, como
después hicieron los sandinistas, en
lugar de la fracasada experiencia guevarista que data de una convicción de
origen santandereano. Al proyectar una coordinadora guerrillera, aupando la
conversión en unidades del ejército, el M-19 también fracasó como expresión de
la violencia, (vid. “Una vida, muchas vidas”, Editorial Planeta, Bogotá, 2021:
44, 120, 144), agotándose en actos
insólitos y espectaculares.
La aparición de múltiples
movimientos, expresó la abierta contradicción de los intereses albergados por
una izquierda de una dilatada insurgencia en armas. Sin embargo, siendo muchas las diferencias y
matices, los sucesos venezolanos de fines del siglo pasado y del presente,
corroboraron las grandes coincidencias.
A la militancia del M-19 les atrajo Chávez Frías y su bolivarianidad, reducido a una tentativa de golpe de Estado, porque la izquierda venezolana “no tenía la capacidad de sacar al pueblo a las calles” y, aunque “fue mi amigo y respeté su proceso (… ) me sembró muchas dudas el hecho de que en la fase final tratase de imitar el modelo cubano”, deriva del sistema soviético. E, igualmente, a Petro no le gustaba que los colaboradores más cercanos del mandatario venezolano tuvieran como referente a las FARC, disculpándolos porque “no eran conscientes del enorme desprestigio del movimiento”, ciegos por la “retórica y la imagen del guerrillero armado”, así protagonizaran un proceso pacífico y pluralista (Ibidem: 193, 196).
La duradera violencia política
colombiana obliga al cuestionamiento de las fórmulas y medios empleados en
relación a los mismos violentos, pero se mantiene intacta una común inspiración
ideológica. Obviando la desgracia de los venezolanos, Petro aspira al
restablecimiento de las relaciones diplomáticas y consulares con Venezuela, por
ejemplo (https://www.semana.com/nacion/articulo/que-hara-con-nicolas-maduro-y-venezuela-petro-lanza-promesa-si-es-presidente/202232), aunque se dijo que arremetió a
principios del presente año contra Maduro Moros, a quien diferencia de Chávez
Frías, luego de ser atacado por Diosdado
Cabello (https://www.eltiempo.com/politica/congreso/gustavo-petro-arremete-contra-el-gobierno-de-nicolas-maduro-293818).
Desconfianza aparte, respecto a las pretendidas y sustanciales diferencias, creemos que el camino de la violencia colombiana es parecido al que tomó la venezolana, convirtiendo la guerra de guerrillas, así fuese desconfigurada en el terreno estrictamente militar, en unas guerrillas electorales, donde todo era y es absolutamente válido y, después del triunfo, sinceradas las cosas, está sólo la facturación o el revanchismo político en el horizonte. Bastará recordar la eficaz burla y cinismo que empleó un intelectual marxista del calibre de J. R. Núñez Tenorio al debatir y defender a Chávez Frías, frente a la sobriedad y profundidad de José Rodríguez Iturbe durante un debate de la campaña electoral de 1998. Acotemos, acá no había la posibilidad del balotaje.
29/05/2022:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario