"Se esponjó y arregló el pelo con las manos, se hizo la coleta, abrió la puerta y salió a un largo y ancho corredor en penumbra. El techo era de bóveda, y el suelo de lanchas irregulares de granito. «Olía a cal húmeda y a rincón», nos contó. A un lado estaba oscuro, pero en el otro extremo se percibía en el piso una débil franja de luz. Se envolvió en el abrigo, ciñéndoselo amorosamente, como si se abrazara a sí misma. «¿Sí?, ¿oiga?», dijo en alto, pero sin gritar, mientras se dirigía hacia allá. Y allá estaba Tito, claro está, que ya la esperaba mirando por encima de los lentes y sonriéndole con su sonrisa más pícara y cordial. Trabajaba sentado a una mesa muy grande cubierta de papeles, y era admirable cómo podía orientarse en aquel revoltijo de hojas de todos los tamaños, y repartidas por la mesa sin ningún orden aparente. Cuando la vio asomarse a la puerta, Tito se quedó maravillado de lo guapa y graciosa que estaba arrebujada en el abrigo y con aquella cara de susto que tenía. De susto, pero también de curiosidad"
Luis Landero
("La última función", Tusquets Editores, Barcelona, 2024: 123)
Ilustración: Franck Gerard.
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