LO DE VENEZULA ES UN SOCIALISMO PRETORIANO
José García Domínguez
A diferencia de las dictaduras de derechas que hay ahora mismo en Sudamérica, como la de ese Ecuador de Daniel Noboa cuya policía asaltó la Embajada de México para arrestar al anterior exvicepresidente, o la de Perú, donde Dina Boluarte llegó al poder tras un golpe de Estado contra el populista Pedro Castillo, dos casos típicos y tópicos de regímenes conservadores autoritarios habituales en la región durante décadas, el chavismo venezolano responde a una tipología muy singular y de difícil catalogación teórica. Porque, ¿cómo encuadrar dentro de alguna categoría analítica más o menos convencional el orden político que hoy encabeza Nicolás Maduro en Caracas, el mismo jefe de Estado que en su día denunció ante el mundo una conspiración secreta de los poderes ocultos para asesinar a Diego Armando Maradona? «Estoy preocupado por vos, mira que hay gente muy mala, fascista, que saben que vos sos la voz de la rebelión de los pueblos y decís lo que nadie se atreve a decir en Argentina y en el mundo», confesó el sucesor de Chávez al Pelusa.
Así, a diferencia de ese genuino resto arqueológico extraído del museo del marxismo-leninismo que constituye el marco institucional todavía vigente en Cuba, lo de Venezuela se asemeja más a un híbrido ideológico extraño que alguien dio en llamar, y con buen criterio, socialismo pretoriano. Porque, al contrario del socialismo real que rigió en los países del bloque soviético hasta la caída del Muro, la acelerada estatalización de la economía venezolana que se produjo durante la primera etapa en Miraflores de Chávez, periodo en el que se nacionalizaron las principales grandes empresas del país, estuvo impregnada desde el principio de un acusado sesgo militar y militarista. En los antiguos países comunistas, con la URSS a la cabeza, las fuerzas armadas nunca fueron algo más que un simple instrumento estatal sometido en todo momento a la voluntad y el control del partido; en el proceso venezolano, por el contrario, el Partido Socialista Unificado apenas constituye un apéndice secundario y en gran medida irrelevante frente a la genuina fuente última del poder, esto es, el Ejército Bolivariano.
Algo, esa preeminencia ya germinal de los uniformados frente a los civiles, que Maduro no hizo más que profundizar tras recibir en herencia el bastón de mando del comandante. Fue así como los militares acabaron alumbrando un auténtico estado paralelo, el suyo privativo y particular, dentro del propio Estado. Un estado paralelo, ese corporativo y bajo exclusiva soberanía militar, que, como cualquier otro que se precie, incluye desde canales de televisión propios a industrias mineras, compañías de gas y petróleo, entidades financieras de crédito, consorcios inmobiliarios o empresas de transportes, entre muchos negocios más. Al punto de que las Fuerzas Armadas Bolivarianas constituyen, de hecho, el principal grupo empresarial del país tras Petróleos de Venezuela S.A. ¿Se podría acabar con tal estado de cosas a través de alguna vía civil y civilizada? Difícil, muy difícil.
Y más difícil aún cuando se repara en los mecanismos clientelares a los que recurre de forma rutinaria el régimen a fin de evitar lo que más teme su cúpula: una insurrección generalizada de los sectores pauperizados de la población sobrante, esos que subsisten en condiciones de pobreza extrema amontonados en las villas miseria que, literalmente, rodean Caracas. Se trata de una fórmula asistencialista relativamente barata, la ideada de modo específico para mantener «calmadas» a esas capas suburbiales, las políticamente más peligrosas para el régimen, dada su situación crónica de indigencia absoluta, que incluye el reparto periódico de bolsas de alimentos y también de dinero en efectivo, además de hacer la vista gorda con el mercado negro de productos subsidiados y otras formas mucho menos leves de delincuencia barrial, incluido el tráfico de drogas. Con el grueso de las clases medias más politizadas ya en el exilio económico, solo ese estrato sociológico, el de los indigentes y desesperados de las chabolas urbanas, puede suponer hoy un peligro efectivo para la continuidad del régimen. Y poder seguir comprando su resignación silente va a depender en última instancia de los precios internacionales del crudo, la única fuente confiable de recursos con que cuenta el Gobierno. Algo que, al menos mientras continúe vivo el conflicto en Ucrania, Maduro tiene garantizado. Por lo demás, quizá el futuro inmediato de Venezuela se llame Daniel Ortega. O sea, dictadura sin maquillaje alguno.
Ilustración: Alejandra Svriz.
16/09/2024:
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