Presumimos que, dada la expansión iniciada por la educación secundaria en la Venezuela de los años cuarenta del siglo veinte, siendo todavía excepcional alcanzar el grado de bachiller, comenzó a cobrar una cierta importancia el activismo político de las juventudes liceístas. Fue en la consabida etapa de la dictadura militar que alcanzó una mayor valoración el concurso de quienes eran algo más que adolescentes, en las protestas callejeras que tuvieron por momento culminante, estelarizando a la muchachada, las jornadas de un día de noviembre de 68 años atrás.
Desconocemos el motivo de toda una ocurrencia, pero la
celebración de la fecha se redujo al Día del Estudiante Universitario,
desconocida la bravía movilización de los liceos para la gran campanada que
anunció la caída de Pérez Jiménez con un par de meses de antelación. Por ello,
el próximo 21 de noviembre debemos volver a los hechos reales de 1957 y
ponderar el papel jugado por los liceístas, así se estimara como modesto.
Hay quienes, hoy, con razón, advierten de la manipulación
de los cada vez más adolescentes cursantes de bachillerato en contraste con los
que muy antes eran cursantes juveniles a veces rayando en la adultez. Hay
quienes, sin razón, niegan la bondad de una muy temprana vocación política que
siempre será necesaria enriquecer y canalizar en el marco de un natural proceso
de decantación que sugiere decidir sobre un determinado proyecto personal de
vida.
Semanas atrás falleció un gran venezolano que destacó
como un aguerrido y valiente parlamentario, un diligente embajador en Chile y
en Guatemala, un incansable dirigente nacional de partido que desempeñó la
secretaría juvenil nacional, un periodista de infatigable ejercicio como
investigador y columnista: Julio César Moreno León. Y, desde hace mucho tiempo, guardamos una
reseña bastante reveladora, tomada del diario caraqueño El Universal de fecha 6
de enero de 1964: el pleno nacional de educación media del otrora partido socialcristiano
encabezado por Julio. Y es que así es que solía iniciarse una vocación y un
talento político: en el terreno de las realidades y, por consiguiente, el
cultivo de una profunda convicción, el desarrollo de habilidades y el serio
compromiso político e ideológico que ahora jura rifarlo el ilusionismo digital:
no por casualidad él, Julio Moreno, inició su vida política en el medio liceísta
(estudió en el liceo Fermín Toro de la ciudad capital), en un medio en el que
aprendimos a defender el ideario de la libertad y de la democracia, a contar votos
desde muchachos y hacernos buenos ciudadanos aunque más tarde se tomaran caminos
diferentes al de la política activa.


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