domingo, 21 de diciembre de 2025

Familiaridades

ANDREA BAJANI Y LOS ACTOS IMPRONUNCIABLES

Luis Barragán

Nos hemos quejado con frecuencia sobre un impresionante fenómeno de orfandad literaria, pues, hasta nuevo aviso, no tenemos una obra narrativa o poética, menos cinematográfica y musical, capaz de expresar la presente centuria con todo lo que consabidamente significa, significó y significará. Obviamente, importa asumir toda la culpa personal, ora porque no tenemos el conocimiento indispensable para para intuirla y descubrirla, ora porque carecemos del talento necesario para producirla.

Lo cierto es que hoy no existe equivalente alguno de aquellos títulos que fueron ampliamente reconocidos como fieles representaciones de las varias etapas históricas que hemos atravesado, cuales “Venezuela heroica” de Eduardo Blanco, “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos, “País portátil” de Adriano González León y, agregaríamos, “50 vacas gordas” de Isaac Chocrón. Por lo general, a través de ellos, supimos o juramos saber de nosotros mismos en la inmediata posterioridad de la violencia independentista, en el curso de la violencia rural y caudillista, en el territorio de la violencia urbana e insurreccional, en medio de la todavía inadmisible y violenta ruindad del rentismo.

El planteamiento viene a nuestro espíritu después de leer a Andrea Bajani y su más reciente obra, la única que hemos visto: “El aniversario” (Anagrama, Barcelona), la cual no hace ni tiene que hacer referencia a Venezuela para comentarla. El protagonista de la novela rompe toda relación con sus padres, diez años atrás, sintiendo el asunto como una superación del poderoso mito de la unidad familiar a toda costa, generador de tabúes, experimentado como una gesta de liberación personal frente al totalitarismo hogareño. Y, tamaño detalle, lo fuerza a una reconstrucción de su infancia bajo la violencia del padre y la sumisión resignada de la madre, que ahora le permite renacer sin caer en el dilema de la absolución o la condena.

En este lado del mundo, la más recia de las rupturas que hemos experimentado es el de la familia por la gracia de sus apasionadas discordias políticas al principio, y, luego, por una asfixia política, social y económica que le dio soporte a la diáspora. Todavía parece indicar que no hemos ponderado suficientemente sus consecuencias, por cierto, despuntando la otra realidad legitimada por esta tan prolongada coyuntura: la de una radical supervivencia que incluye el abandono práctico de los padres y abuelos en el país para salvar a los niños y jóvenes procurándoles otro futuro en el extranjero.

Ha operado otra violencia y les tocará a muchos reconstruir su propia historia a raíz del rompimiento involuntario que ya no es fácil de atribuir a un determinado modelo occidental que solía entenderse como el de la familia burguesa, según aprecia una cierta izquierda cómoda, facilona y confortable (no incluimos necesariamente a Bajani), que no se ocupa ni le preocupa las experiencias acumuladas en aquellas latitudes sometidas a regímenes de fuerza. Sin embargo, faltará una vasta representación social de la tragedia que permita trenzarnos más allá del ámbito estrictamente doméstico: “No volver a ver a mis padres no fue algo realmente premeditado, y tampoco había concebido que pudiera ocurrir. ¿Por qué? No es que no lo quisiera, creo. Es más bien que ese pensamiento, que expuesto así se presenta como un abandono, pertenecía a la categoría de los actos impronunciables, a los despropósitos de la razón incluso antes que a los de la moral. ¿Es posible abandonar a los padres?” (pág. 89).

21/12/2025:

https://lapatilla.com/2025/12/21/luis-barragan-andrea-bajani-y-los-actos-impronunciables/

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