EL NACIONAL - Miércoles 10 de Abril de 2013 Opinión/9
¿QUÉ ES LA ANTIPOLÍTICA?
Aníbal Romero
Son numerosos los equívocos sobre
la llamada antipolítica, quizás más de los que persiguen al término fascista,
usado por unos y otros para descalificar a los adversarios de turno. En
Venezuela los chavistas atacan a la oposición llamándola fascista, y la oposición,
con frecuencia confusa en cuanto a la caracterización de su contrincante,
sostiene que el régimen es fascista, que no es de izquierda y tampoco
comunista; en fin, que la verdadera izquierda es la de Olaf Palme y demás
despistados socialistas escandinavos. En cambio nos aseguran el Che Guevara,
Fidel, Mao, Lenin y Stalin no eran la izquierda sino otra cosa, que nadie sabe
de qué se trata. El enredo no pareciera tener escapatoria.
He escuchado y leído a dirigentes
de la oposición y a columnistas que rompen sus lanzas en dogmática defensa de
la MUD argumentar que los estudiantes que protestan contra la dominación
cubana, o los articulistas que en ocasiones tenemos la osadía de sugerir que el
actual liderazgo político de la oposición es falible, somos en realidad
representantes de la famosa antipolítica.
De allí que convenga aclarar
algunas cosas.
Para empezar, importa señalar que
no toda política es necesariamente la de la democracia liberal y los partidos
políticos de corte tradicional.
Ese es un modelo ideal
contemporáneo, pero me temo que el mismo no agota la realidad histórica de la
política. Recuerdo que cuando Hugo Chávez emergió al escenario político
nacional, muchos le tildaron de típica expresión de la tal antipolítica.
Pues, obviamente no lo era, y
dudo que a alguien ahora se le ocurra incluir ese fenómeno telúrico de la
demagogia en el difuso club antipolítico.
Rechazo radicalmente a Chávez, su
mensaje y su legado, pero debo admitir que fue un político hasta los tuétanos y
que el impacto de su irrupción política sobre el país tiene escasos parangones.
Una cosa es que rechace sus ideas
y ejecutorias públicas y otra muy distinta que las declare, con retorcida
arrogancia, como antipolíticas.
Desde una perspectiva conceptual,
por tanto, debemos cuidarnos del reduccionismo que presume que la única
política que merece tal nombre es la que llevan a cabo los partidos políticos
tradicionales, en el marco de una democracia de masas con instituciones
representativas. Es más, para bien o para mal, seguramente lo segundo, esa
política de los partidos y la democracia liberal ha sido, es y posiblemente
será el ámbito minoritario en el que se ha expresado, expresa y expresará la
lucha por el poder, así como los intentos de constituir un orden medianamente viable
entre los seres humanos en diversas partes del mundo.
Lo creo de ese modo, pues, a
decir verdad y dejando de lado las restantes dictaduras, autocracias y
satrapías que aún existen, buena parte de las democracias de hoy como la
venezolana no son sino caricaturas del modelo ideal. Ello, sin embargo, no las
hace antipolíticas.
Los estudiantes que protestan no
son antipolíticos, y tampoco lo somos quienes cuestionamos aspectos
significativos de la estrategia, decisiones y acciones de los que tienen en sus
manos la conducción política de la oposición democrática.
Sencillamente tenemos visiones
distintas acerca de las líneas de avance que, en nuestra concepción del tema,
deberían ser adelantadas por la dirigencia y seguidores de la oposición, para
combatir al régimen traidor y a sus amos cubanos.
El epíteto de la antipolítica, en
conclusión, es un cómodo estribillo para la polémica, utilizado a la ligera
cuando ya no quedan otras armas para zaherir al adversario.
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