DEL OFICIO POLÍTICO Y LA ESPECIALIDAD
Luis Barragán
Forzados a
hacerlo periódicamente, aunque sarna con
gusto no pica, según la expresión venezolana, surgió del reacomodo de
libros y papeles en casa, uno de los títulos que guardamos con gran cariño al
representar una etapa lectora de la vida, así como una canción delata alguna remota
etapa sentimental. De título justiciero,
diserta el viejo líder gallego para la coincidencia y la discrepancia, como
pocos ahora suelen hacerlo, quizá porque la banalidad y el espectáculo se
hicieron del oficio, o, siendo lo mismo, la posmodernidad lo ha teñido por completo:
“El cañón giratorio. Conversaciones con Eduardo Chamorro” de Manuel Fraga
Iribarne (Argos Vergara, Barcelona, 1982).
Consumado constitucionalista al que
le correspondió jugar también roles estelares para abrir y mantener a España en
una transición sostenida, el entrevistador lo acusó de tener el Estado en la cabeza, después de ejercitar
la cátedra y publicar varios libros de la especialidad. No obstante, extendiéndonos en las citas,
expresó: “Yo creo que la creación humana en política asciende, más bien, de la
dificultad permanente, de que no siempre lo que es real es racional, y de que
intentar racionalizar la realidad es una empresa muy difícil […] Porque pensar que el problema de la
relaciones entre el poder civil y el poder militar se arregla con leyes es una
equivocación. Se arregla con grandes decisiones políticas, se arregla con el
prestigio y con la autoridad” (15, 83).
Siguiendo
a Fraga Iribarne, podemos profundizar en el fenómeno militar, dominarlo al
extremo, suscribir los más sesudos
ensayos, y elaborar magníficas leyes, siendo lo aconsejable, mas no, lo
imprescindible, ya que lo crucial reside en el acierto de las decisiones
adoptadas, materia prima irreemplazable de la política y de toda política aún
capaz de negarse a sí misma. Por supuesto, existe la tentación de cultivarla
como una de las bellas artes, pero no es posible ocultarla como una de las
facetas más crudas y radicalmente humanas: aceptarlo, facilita el reto de hacerla
éticamente eficaz.
Significa que el oficio político
tiene una naturaleza que le es muy propia y, a la vez, no está reñida con
alguna disciplina que lo complemente, le dé soporte, e, incluso, e permita
cubrir un vacío en la sociedad. Así, ciertamente numerosos, recurrimos a un par
de ejemplos: Rómulo Betancourt se hizo experto en materia petrolera en el país
que no los tenía en los partidos, ni en la opinión pública; y Rafael Caldera lo
fue en el derecho del trabajo, en tiempos desconocedores de la misma clase
trabajadora.
Por ello, hoy, hacer la política es
también repensarla en el contexto de una sociedad castigada por la ignorancia
que deliberadamente irradia el poder establecido, por lo que no entendemos al
dirigente que, combatiéndolo, simultáneamente no se entere y denuncie con
fundamento, los apagones, porque conoce con determinada profundidad de la
industria eléctrica; la inseguridad alimentaria que nos embarga, enterado a
fondo del mundo agropecuario; o la violación de los derechos humanos, porque
sabe de los derechos fundamentales y sus dimensiones procesales, dentro y fuera
del país. Vale decir, el conocimiento al servicio de la acción impostergable
que legítima la política, lo políticos y a los políticos.
27/06/2022:
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