MARCOS CEGARRA
Luis Barragán
Muy antes, la
militancia política de juventud no se entendía sin el conocimiento y la
vivencia reales de nuestra geografía. Desde el terruño hasta los confines más
apartados del territorio nacional, no fueron extraños a la muchachada que
lidiaba fundamentalmente en partidos tan complejos como la política misma, así
fuesen grandes o pequeños.
La
movilización era por todos los medios, el hospedaje del más variado, la alimentación típica de quienes tenían edad para
improvisarse como comensales. Voluntariamente, realizábamos las tareas
proselitistas, internas y externas, que la coyuntura demandaba, con los
naturales espacios para la diversión, pero también interrelacionados con la
dirigencia adulta y más adulta en un esfuerzo común que las más recientes
generaciones no se imaginan.
Realizar las actividades
en una determinada entidad federal, más de las veces, con los pocos recursos
disponibles, incluía el recorrido de los más apartados caseríos de lejanos
distritos o municipios. Incontables son las anécdotas que podrán contar gente
de todo el espectro político que, además, se conocieron en las más disímiles
circunstancias, fueran o no elecciones estudiantiles: antes, también enemigos o
adversarios, ahora, amigos de lograr reencontrarse después de varias décadas,
aunque ya no será posible en varios y lamentables casos, como el de Marcos
Cegarra y este servidor.
Comenzamos a frecuentar
cada vez más el estado Trujillo, desde principios o mediados de los ochenta del
veinte, década y siglo en los que era absolutamente normal y posible surcar palmo
a palmo a Venezuela. Conocimos allá a Marcos, por entonces, fervoroso militante
masista y, a pesar de ubicarnos en aceras ideológicas contrarias, rozar
situaciones algo tensas y propias de la dura diatriba política, surgió una
amistad y frecuentes actos de solidaridad personal.
Fue
típicamente trujillano, espontáneo, generoso y de buen humor, así viniese a
Caracas a tratar de los temas más duros que imponía la propia vida partidista. Quizá
por aquello del mito de la inmortalidad inherente a la edad juvenil, por
entonces, nadie se imaginaba viejo y, ciertamente, ya había pasado un poco el
prejuicio que dejó la década de los sesenta al respecto.
Inevitable,
evocamos aquellos años en los que se le enredaba la memoria y la lengua a uno,
en relación a Carache tantas veces visitado, algo que hacía reír a don Vicente
Romero. Lejanos años que tampoco pudimos
imaginar que el remedio fuese millones de veces peor que la enfermedad, entre
tanta obscuridad medioeval del socialismo del XXI.
Tuvimos
juventudes políticas extraordinarias y, ojalá, podamos reconstruirlas. Aunque
lo fundamental está en las vivencias humanas, porque la vida política no se
hace a golpes de dados.
20/08/2023:
https://www.lapatilla.com/2023/08/20/marcos-cegarra-por-luis-barragan/
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