LAS RELACIONES CIVILES MILITARES: DOMINGO IRWIN
Luis
Barragán
Hubo
esfuerzos significativos por reasumir y comprender el papel político del sector
militar venezolano a finales del XX y principios del presente siglo, en buena
medida frustrados al abonar a una versión convencional de la ya lejana
consolidación del Estado Nacional y la definitiva asimilación de la entidad
castrense. Honrosas las excepciones, el
liderazgo político y de opinión resultó sorprendido ante un distinto
relacionamiento de la entidad con el resto de la sociedad susceptible de una
desinhibida y creciente militarización.
Liderazgo
que tardó, o todavía tarda, en imponerse de los indispensables aportes de la
academia que ha avanzado en distintas disciplinas, como la sociología militar y
la más específica del poder militar, la historia militar y particularmente la
de la guerra, y las relaciones civiles militares. Terreno éste en el que
destacó e hizo extraordinarios aportes el profesor Domingo Irwin, fue no sólo autor de numerosos y muy
rigurosos textos, sino – en propiedad – creador de una escuela de
interpretación que, afortunadamente, prosperó, e, incluso, influyó
sustancialmente en nuestro trabajo parlamentario.
En
efecto, ganamos una novedosa perspectiva en el esfuerzo de abordar una materia
tan compleja y sencilla al mismo tiempo, gracias al testimonio bibliográfico y
hemerográfico de un insigne investigador que no temió a los medios de
comunicación que paulatinamente sufrieron de la (auto)censura y el sedicente
bloqueo. Empero, recientemente cumplido el décimo aniversario de la triste
noticia, murió prematuramente, a deshora, inoportunamente, aunque tuvo la
fortuna de contar con talentosos discípulos directos, académicamente
productivos que también privilegiaron la edición de libros colectivos para
abaratar costos, e, igualmente, reivindicar las enseñanzas del maestro respecto
a las tareas mancomunadas; valga acotar, destaca entre los discípulos que
mantienen viva y activa la escuela irwiniana, José Alberto Olivar,
recientemente elegido como individuo de número de la Academia Nacional de la
Historia, comprobando el acierto del pedagogo que fundó una tradición académica
y de amistad en medio del desarrollo de una crisis política del país que
todavía no concluye.
En
otras circunstancias, digamos de una mínima normalidad y de esenciales
libertades públicas, Irwin y su escuela hubiesen sido un público, reiterado e
ineludible referente de opinión, aportante a un sobrio debate nacional que
actualizara y profundizara cabalmente en la institucionalidad castrense y el
debido control civil. Tuvimos en suerte que pensara el país del futuro, hábito
no apto para los influencers
traganíqueles que se juran una alternativa para cuando todo esto pase, desde la
colorida burbuja digital de sus
ocurrencias, por cierto, harto diferente a los serísimos maestros de las redes.
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