EL PETARDO DE ARGÓN
Luis Barragán
Todo desempeño
cívico es incompatible con el monólogo, por brillante que fuere el
protagonista. Crecientemente aislado, un decisor que se haga exclusivamente de cualesquiera
circunstancias para arbitrar la suerte de los demás, más temprano que tarde
incurrirá en el suicidio político.
Siéndolo, al
fin y al cabo, el poder establecido ha empleado exitosamente su más perversa pedagogía al reducir
las actividades partidistas, la de su principal soporte y de las organizaciones
filiales, al mero espectáculo, falseando las realidades, mientras los distintos
factores internos a la sombra lograron engranar, desarrollar canales de
comunicación, y entenderse un poco más allá del presupuesto público, incluso,
en cumplimiento de sus naturales ciclos de depuración. El principal beneficio
alcanzado ha sido el del desaprendizaje de amplios sectores de la oposición, a
contrapelo de una larga y accidentada tradición republicana: ni siquiera los
más granados caudillos rurales, fueron tan autosuficientes, e incapaces de
consultar, pues, inmersos en las acostumbradas escaramuzas y guerras civiles,
al menos, estaban obligados a mancomunar una mínima inquietud, intuición, idea, esbozo y
hasta distinción entre lo táctico y lo estratégico.
De la
animación y apuesta por un hecho fortuito, la ansiedad mesiánica, con la sola
inflación de las expectativas, todo esfuerzo político deja sencillamente de
serlo, porque la colegiación, la responsabilidad compartida al mismo tiempo
que diferenciada, es un dato fundamental también para la sociedad civil que ha
de impedir la propia desorganización tan lentamente experimentada, oculta tras
el inducido desprecio a los partidos y sus oficiantes, excepto ejerzan el poder
efectivo, estridente, provechoso y contundente. Empero, a la situación
contribuye, en su peor acepción, una comprensión tribal y trivial de la amarga
experiencia que todavía atravesamos, anclada a la simplicidad y el maniqueísmo
favorable a una terca polarización artificial, alérgica a toda reflexión oral y
más aún escrita, a la discusión creadora y al compromiso de vida que sugiere la
más modesta intención de libertad liberadora.
En los casos
más agudos, difíciles, graves, tempestuosos, el jefe político es el que pronuncia
la última palabra, procurando escuchar a los otros, usando el turno final para
sintetizar y consensuar una determinada orientación que explique el aporte
personal y ojalá novedoso. Y en el caso de una o varias discrepancias no
resueltas, la jefatura pide el voto de confianza para decidir por la instancia:
esto, que hoy no parece tan obvio, implica trabajar y ganar la confianza de los
demás, ora por sensatez y equilibrio, ora por eficacia e intrepidez.
De un extraño ambiente navideño, semejante al soportado en años anteriores, hay una interesada propensión del país a no apreciar adecuadamente la coyuntura de un aparente receso que nos aqueja, quizá por el direccionamiento opositor y muy quizá por los prejuicios de la mutante antipolítica, empa(e)ñando toda visión, perspectiva y expectativa. En lugar del láser que puede remediar o subsanar algún problema de la retina, la inseguridad y vacilación del oftalmólogo lo empeora, relegado a un petardo de confusión, cual pieza de Jackson Pollock, como no ocurrió con “El disparo de argón” de Juan Villoro.
10/12/2024:
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