Luis
Barragán
Después
del clásico ensayo que Norberto Bobbio le dedicó, es poco lo que podemos
agregar sustancialmente a la díada. Apartando
una inicial orientación didáctica sobre el espectro político, la convicción más
firme que nos queda sobre la izquierda y la derecha, es el carácter histórico y cambiante,
circunstancial y acomodaticio que adquieren.
El socialismo del siglo XXI reclama
y confisca para sí, todas las bondades de la izquierda al mismo tiempo que,
maltratado el lenguaje, trastoca sus denuestos contra la oposición en todo un
marasmo conceptual sobre la derecha. No
hay tampoco centro para una derecha sádica y asesina, por decir lo menos, según
la intensa propaganda maniqueísta que oculta la realización de los antivalores
más deleznables de una centuria que aún no empieza.
Por supuesto, la díada adquiere
otras connotaciones en el resto del mundo occidental que sufre también las
consecuencias de sus enemigos en términos nada más y nada menos que
civilizatorios, siendo muchos los eufemismos. Las sociedades y democracias
liberales no sólo se encuentran severamente cuestionadas por los factores
autoritarios de izquierda, sino que éstos estimulan y generan los de derecha, o
a la inversa, ganando y gozando de (auto) definiciones solapada o abiertamente
xenofóbicas: unas, que se desean comprensivas ante el drama de la masiva e
ilegal inmigración, postergando indefinidamente medidas de control con las que
están implícitamente de acuerdo, y, otras,
que radicalizan esas medidas, ofertando una implementación inmediata
propicia a un cordón étnico.
En buena medida, puede decirse que
VOX en España es creación de Pedro Sánchez al remover un pasado que ha generado
las condiciones necesarias para retroceder al planteamiento de la España
imperial, volviendo el franquismo a las tablas,
a la par que PODEMOS ha pretendido deslegitimar la democracia ibérica,
cuestionando amargamente la transición que
le dio origen. Advertida varias décadas atrás la posibilidad de los islotes de prosperidad en una mar de miserias, la
comunidad internacional no responde a las necesidades y demandas del países
infradesarrollados, cuyos habitantes buscan mejores destinos, dejando las
respuestas en manos de los factores nacionales que zanjan sus diferencias y
afanes por alcanzar el poder a propósito de los inmigrantes, a veces, con una
estelaridad que supera la de otros problemas.
De antemano, partamos del derecho
que tiene cada país de regular el movimiento migratorio, aunque igualmente debe
señalarse la manipulación de la izquierda y de la derecha en torno a un asunto
que, en última instancia, pudiera obedecer al choque de las civilizaciones de
acuerdo a Samuel Huntington, agravando la situación del que huye de la pobreza
y, peor aún, de regímenes como el venezolano. O, en otra instancia, versa sobre el colapso de la democracia
liberal que había salido victoriosa de la Guerra Fría, como lo manifiesta Luis
del Pino en su reciente obra: “La dictadura infinita. La evolución autoritaria
de un occidente cobarde y cansado de sí mismo” (La Esfera de los Libros,
Madrid, 2022).
UNA INSOLITA CONFUSIÓN
Del
Pino refiere que “tras la caída del Muro de Berlín se ha producido una metamorfosis
de la izquierda por la que esta ha ido abandonando la reivindicación social y
sustituyéndola por la reivindicación de los derechos colectivistas (los
derechos de la mujer, de los inmigrantes, de las personas LGTBI) y por el
ecologismo”, convertida en la única opción política de los perdedores de la
globalización, salvo la atracción y aceptación del populismo de derecha. Añade:
“Si tiras al suelo la bandera de las reivindicaciones sociales, otro vendrá que
la recoja. Si el Frente Nacional es en Francia el partido más votado entre la
clase trabajadora, o si Trump fue puesto en la presidencia por los obreros de
Wisconsin, es porque la izquierda francesa y la izquierda americana dejaron
hace mucho tiempo de ser rojas” [Op. cit.: 178 s.].
Entonces, fracasados los viejos
discursos, estamos ante una crisis de orden político-cultural, doctrinario o
ideológico a la que responden las fuerzas, escuelas o corrientes tradicionales
provocando una gigantesca confusión e
increíble sincretismo cada vez más
alarmante con la correspondiente expresión partidista. Y nada mejor que una
campaña electoral, bajo una democracia convincentemente competitiva, para que
se evidencie la crisis y, suele ocurrir, los prejuicios se impongan en el
escenario con una resonancia magistral que no tardarán en ser respondidos por
otros prejuicios, sobre todo alrededor del origen étnico.
Giorgia Meloni, experimentada líder
de Fratelli d'Italia para las elecciones parlamentarias en curso que podrían
llevarla al poder, según las encuestas, recientemente indicó que en Venezuela
hay millones de personas que mueren de hambre, son cristianos y “a menudo” de
origen italiano y de necesitar inmigrantes hay que buscarlos en dicho país [https://www.instagram.com/reel/Chwot_JAgXs/?igshid=MDJmNzVkMjY%3D].
¿Cómo interpretar adecuadamente un discurso que nos atañe un poco más, como
país receptor de una fuerte inmigración italiana de varias décadas? ¿Es natural
que indique algunas señas de identidad, como la religión y la italianidad de
orígen? ¿Constituye una matización más de la derecha de varios extremos?
Gracias a la amabilidad del amigo Luis Alfredo Velásquez, incansable coterráneo que tiene por desempeño los medios en Atlanta, en los últimos tiempos, hemos accedido a la prensa extranjera, y constatamos, por ejemplo, que lo dicho por la candidata apenas es el segmento de un mensaje más complejo orientado a tranquilizar al extranjero, a reiterar la defensa del interés nacional sin que signifique renegar de Europa, generando los comentarios propios de una campaña electoral en la que participa la otrora ministro de la Juventud de Berlusconi [Corriere della Sera, y La Repubblica, Roma, 26/08/2022]. Una nota editorial de [El País, Madrid, 26/08/22], nos ofrece una breve radiografía de las fuerzas que representa Meloni: “"El partido favorito en los sondeos es el ultraderechista Hermanos de Italia, liderado por Meloni. Surge de los rescoldos del posfascismo como heredero del Movimiento Social Italiano (MSI) fundado por los últimos líderes de la República Social de Saló del dictador Benito Mussolini. En las elecciones de 2018, Meloni obtuvo un escaso 4% de los votos. Actualmente, podría alcanzar un 24%. Llega a la cita del 25 de septiembre tras un año y medio en la oposición cabalgando el descontento y en coalición con la ultraderechista Liga de Matteo Salvini y con el superviviente Silvio Berlusconi”, pudiendo sumar hasta un 45% de los sufragios. No obstante, lo señalado en torno a Venezuela es ya una convicción muy firme antes sostenida que apunta a convicciones fuertemente emparentadas con el fascismo, abundando el registro en las redes al respecto [por ejemplo, https://es.wikipedia.org/wiki/Giorgia_Meloni].
Otro amigo, Guido Sosola, nos ha
hecho llegar una importante bibliografía en la que destaca la propia Meloni con
un libro publicado en 2021. A modo de
ilustración, expresamente señala que Italia debe mirar hacia América Latina gracias
a los lazos culturales e identitarios que los caracterizan, como ha ocurrido
con la España que ha cultivado esas relaciones con nuestro continente, llamando
la atención sobre la situación económica y social prevaleciente en Venezuela y
agravada por el Covid-19, generando una emergencia humanitaria con la huída de
seis millones desesperadas por seguridad, alimentos, medicamentos y otras
necesidades básicas; e indica que, entre las víctimas, hay muchísimos italianos,
convertidos en refugiados olvidados, cristianos y de origen europeo [Giorgia Meloni, “Io sono Giorgia. Le mie
radici, le mie idee”, Rizzoli, Milano, 2021: 241 s.] (*).
LA PEZUÑA DEL FASCISMO
Agradecemos
inmensamente la atención dispensada en el mundo sobre el caso venezolano,
aunque somos cautelosos porque algunas posturas atentan contra caros principios
y esconden determinadas estrategias políticas ce orden doméstico. Muy por buena
intención que haya en relación a las declaraciones recientes de Meloni,
obviamente nos preguntamos en torno a la suerte de los asiáticos y de los
africanos que asedian desesperados a Europa, siéndoles quizá más fácil
llegarle, como ha ocurrido con los venezolanos en Sudamérica a los que les es
cada vez más difícil saltar la gigantesca muralla oceánica.
Compartimos la preocupación en torno
a la pretendida islamización no sólo del viejo, sino también del nuevo
continente infiltrado por potencias extracontinentales, como Irán, y nuestra
animadversión hacia el aborto; e, incluso, reacios a la llamada ideología de
género, por estos años comprendemos la necesidad de reconocimiento de los
sectores LGTB, asumiéndolo desde la perspectiva de la defensa de la dignidad de
la persona humana. Temas que se suponen
monopolizados respectivamente por la ultraderecha y por la ultraizquierda,
ilustran la confusión ideológica y el batiburrillo político acaso propio de los
tiempos posmodernos.
Meloni tiene el coraje de plantear
abierta y tajantemente sus ideas [https://www.youtube.com/watch?v=_fTTYtyF5X4],
y de comprometerse, o decir que se compromete, con posturas que la deslizan más
hacia el centro político [https://www.youtube.com/watch?v=iaSu8uFQm90],
obvio en una contienda electoral.
Empero, llama la atención ya no sólo las relaciones bilaterales, sino la
decidida incursión en una liga de partidos de inspiración fascista que va más
allá del ámbito europeo [https://www.youtube.com/watch?v=xl0oLwxyP3w], posible
mezcla de justos y de pecadores tanto como la de aquellas propuestas que lucen
sensatas y actuales al lado de otras disparatadas e indignantes.
“El antisemitismo y el racismo han
regresado al centro del debate político, ya sea de un modo más implícito (en
los medios tradicionales), ya sea de forma más explícita (en las redes
sociales)”, gracias a los partidos de una derecha radical populista que,
además, valga la curiosidad, están liderizados por mujeres, como es el caso de
Meloni y los Hermanos de Italia, Alice
Weidel (AfD), Pauline Hanson (ONP), Pia Kjærsgaard (DF), Frauke Petry (AfD) y,
por supuesto, Marine Le Pen (RN), Barbara Pas (VB), o Magdalena Martullo-Blocher (SVP) [Cas Mudde
“La ultraderecha hoy”, Paidós, Barcelona, 2021: 105, 116]. Existe una novedosa
dinámica política que esconde demasiado entre sus pliegues, en procura del
partido-espectáculo en el que todo es válido para los más inconfesables
propósitos.
Vieja preocupación la nuestra, al
régimen venezolano le interesa la existencia del fascismo como única
alternativa [https://www.youtube.com/watch?v=XQccTBfwrR8&t=181s],
y mucho tememos que haya partidos fascistas en la oposición o supuesta oposición,
o que estén derivando en sendas expresiones fascistas abandonados a las
circunstancias, como algo irremediable. Por cierto, recuerdo que alguna vez,
poco tiempo atrás, alguien nos lo planteó como la inevitable opción que, no
faltaba más, inmediatamente rechazamos.
(*) “E l’Italia non può non guardare all’America Latina con la quale ha strettissimi legami culturali e identitari. I sudamericani si sentono naturalmente legati alla Spagna, per via del passato coloniale, e all’Italia, per i moltissimi nostri connazionali che nei secoli hanno plasmato quelle terre. Ma, mentre Madrid coltiva questi rapporti privilegiati, noi li trascuriamo del tutto. A volte addirittura tradendo chi in America Latina guarda all’Italia con speranza. Penso, tra gli altri, ai venezuelani che lottano contro il regime comunista e corrotto di Nicolás Maduro. La situazione economica e sociale del Venezuela è sempre più grave. A causa delle fallimentari politiche intraprese dai chavisti, aggravate dalla pandemia di COVID-19, è in corso una vera e propria emergenza umanitaria. Oltre sei milioni di persone sono già fuggite all’estero alla disperata ricerca di sicurezza, cibo, medicine e altri beni di prima necessità. Tra loro moltissimi italiani. Ma sono profughi dimenticati, scomodi per il mainstream, perché sono cristiani, di origine europea e scappano dal comunismo. Meglio voltarsi dall’altra parte”.Fotografía: Corriere della Sera, Roma, 26/08/2022.
29/08/2022
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