DEL ENSAYO POLÍTICO EN MÁS DE UN SENTIDO
Luis Barragán
Depara todavía
sorpresas un régimen que capitaliza muchos de los cursos académicos en el mundo
sobre las novísimas dimensiones autoritarias alcanzadas, según los eufemismos
en boga que logran esconder una vocación y un propósito francamente
totalitarios. Esta vez, el secuestro en Chile del teniente Ronald Ojeda, sus
más variadas y trágicas circunstancias, incluyendo el silencio y la posterior
versión oficial de Caracas, negando toda responsabilidad, expone una faceta
inédita, por ahora, en torno a la
realización continental y efectiva del socialismo del siglo XXI, dejando muy
atrás casos como el muy consabido de Alberto Lovera que supo de una intensa y
libérrima campaña de medios, parlamentaria y judicial, arribando a la correspondiente
sentencia condenatoria de los autores del vil homicidio.
Algo propensos
a la sola consideración criminal y criminológica de lo que empezó como un
“proceso”, después trastocado en “revolución”, sin que tenga ya otros rincones
del lenguaje que tomar por asalto (por lo demás, vulgar asalto), olvidamos – en
un sentido – la (des)acumulación de todas las experiencias vividas y contadas, triunfos
y postergaciones, marchas y contramarchas, tentativas y frustraciones, coincidencias
y discrepancias, errores y ensayos, por estos más de veinte años. Los felones
de 1992, aprendieron del poder desde el poder mismo, improvisándose en medio de
la perpetua voluntad de sobrevivir a cualquier precio, al mismo tiempo que el
liderazgo opositor, irreductiblemente plural, ha probado los más variados
caminos para alcanzar una transición democrática.
Nos explica un
gigantesco repertorio de hechos y actores, como de presentimientos,
increíblemente fáciles de soslayar por los decisores de una oposición de varios
ciclos, después que determinados sectores de la sociedad civil creyeron que
ésta se bastaba por sí misma para generar el cambio, y, fracasada, supo de la
Coordinadora Democrática, la MUD y la Plataforma Unitaria, hoy, en trance de
una insospechada y dura prueba. Siendo
tan desleal la competencia con una innovadora y cruel ingeniería del poder, en
propiedad, la de los aventajados servicios de (contra)inteligencia, nada más y
nada menos que los del Estado, importa y demasiado el esfuerzo unitario,
colegiado, mancomunado, concursado, común de una oposición fundada en la
memoria – al menos – estratégica: luce inaceptable que los más o menos
recientes sucesos, sean tomados literalmente como una absoluta primicia para
agravar defectos de un elevado costo, cuales autosuficiencia, vanidad, o
improvisación convertida en un obsceno dato cultural.
Convengamos,
cada quien se presenta y mueve con el peso de todo su equipaje de conocimientos
y vivencias en el escenario político, proclives a la exaltación del propio
genio, aunque – en otro sentido – sepamos que la muy antes Venezuela fue
también obra de una rica tradición de debate que, por ironía, jurándose en otra
etapa republicana y socialista, cuidó esmeradamente de no dar Chávez Frías ni
Miquilena, y muchísimo menos en el ámbito de la consabida constituyente,
convertido en un nefasto legado y doctrina oralmente transmitida. Más adelante,
retado el barinés, se sirvió de una ridícula excusa para no polemizar in situ con el bien dispuesto Mario
Vargas Llosa, quien – despuntando la otra centuria – escandalizó a propios y
hasta a extraños con un texto portador de una extraordinaria advertencia que
todavía agradecemos, intitulado “El suicidio de una nación”, pues, arraigada la
costumbre, discusión alguna merece el fondo, en el nombre de todas nuestra
prisas, urgencias y exasperaciones.
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