LA CRUZ DE JESÚS: NI MAGIA NI MITO
(San Juan, 3: 13-17)
Enrique Martínez Lozano
Para comprender mejor el texto, quizás sea útil alguna
puntualización previa acerca de este capítulo tercero del evangelio de Juan.
Lo primero que hay que señalar es que, desde un punto
de vista literario, este capítulo es un auténtico rompecabezas. El lector
aprecia saltos de la primera persona del plural (“nosotros”) a la tercera del
singular, así como repeticiones y añadidos forzados que, en conjunto,
constituyen una especie de galimatías, en una monotonía de temas reiterados,
que se yuxtaponen sin llegar a alcanzar un conjunto bien trabado.
Todo ello indica algo evidente: este texto no es
producto de una redacción momentánea, ni es obra de un único autor. Durante un
tiempo prolongado, se han ido añadiendo reflexiones que surgían en medio de la
comunidad, y que algún nuevo glosador yuxtaponía al texto original.
Estas anotaciones tienen que servir al lector para que
no intente acercarse a este capítulo como si se tratara de algo bien elaborado,
en torno a un tema o hilo conductor claramente definido. Tendrá que verlo, más
bien, como una serie de reflexiones simplemente yuxtapuestas, provenientes de
momentos diferentes de la vida de la comunidad.
En segundo lugar, todo este capítulo expresa el
diálogo de las comunidades joánicas con el judaísmo, representado en la figura
de Nicodemo. Este aparece como un hombre honesto y buscador, que va al
encuentro de Jesús. Por eso, es precisamente a Nicodemo (al judaísmo) a quien
se le va a insistir en la necesidad de “nacer de nuevo”, tema que constituye el
eje vertebrador de todo ese capítulo.
En el texto que leemos hoy, aparece la imagen de
Moisés levantando la serpiente en el desierto. Para el pueblo judío, la imagen
de la serpiente recordaba, a la vez, las quejas del pueblo y la misericordia de
Yhwh. Tal como se narra en el Libro de los Números (21,4-9), ante la dureza de
la marcha a través del desierto, el pueblo empezó a murmurar contra Moisés y contra
Yhwh, que envió serpientes venenosas cuya mordedura les provocaba la muerte.
Tras el arrepentimiento y la intercesión de Moisés, este recibió el encargo de
colocar una serpiente de bronce sobre un asta: bastaba mirarla, para quedar
curado del veneno mortal.
Cuando este texto se lee de una manera literalista
–propia de una consciencia mítica-, se concluye fácilmente en una idea mágica
de la salvación. De hecho, esto fue lo que ocurrió en la historia del
cristianismo: la idea de la expiación marcaría dolorosamente la consciencia
colectiva cristiana durante más de un milenio.
Pero esa es solo una lectura, hecha desde un
determinado nivel de consciencia. Así como el pueblo judío pudo creer que
bastaba mirar a una serpiente de bronce para quedar curado de la mordedura
venenosa, de un modo similar, durante siglos, muchos cristianos pensaron que la
salvación venía producida por la muerte de Jesús en la cruz.
Quiero insistir en el hecho de que, mientras alguien
se halla en ese nivel de consciencia, tal lectura es asumida sin dificultad. Lo
cual no quiere decir que no contenga consecuencias sumamente peligrosas, entre
las que habría que apuntar las siguientes:
· imagen de un dios ofendido y vengativo hasta el
extremo;
· idea de un intervencionismo divino, arbitrario y
desde "fuera";
· idea de una pecaminosidad universal, previa incluso
a cualquier decisión personal (creencia en el "pecado original");
· instauración de un sentimiento de culpabilidad,
hasta alcanzar límites patológicos;
· creencia en una salvación "mágica",
producida desde el exterior.
Sin embargo, es posible otra lectura que, reconociendo
el carácter “situado” y, por tanto, inevitablemente relativo de los textos
sagrados, accede a un nivel de mayor comprensión y libera al creyente de tener
que seguir aferrado a un pensamiento mágico o mítico que, por la propia
evolución de la consciencia le resulta ya, no solo insostenible, sino
perjudicial.
Pero no se trata solo de una mirada “externa”, que
podría desembocar, en el mejor de los casos, en una conducta imitativa, que no
dejaría de ser alienante. Desde una consciencia transpersonal y desde el modelo
no-dual de conocer, la lectura se ve enriquecida hasta el extremo.
Al ver a Jesús, nos estamos viendo a nosotros mismos.
Desde esta nueva perspectiva, Jesús no es un “mago” que nos salvara desde
fuera; tampoco es un “ser celestial separado” diferente de nosotros. Es lo que
somos todos…, aunque sigamos sin atrevernos a reconocerlo.
https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/5363-la-cruz-de-jesus-ni-magia-ni-mito.html
Ilustración: https://melaniejeanjuneau.wordpress.com/2016/02/14/modern-art-depicts-the-crucifixion-for-modern-eyes/
Ilustración posterior, Emily Tjomsland (https://emilytjomsland.com/blogs/articles/jesus-christ-face).
Breve nota LB: De acuerdo con la Santa Sede, la lectura de hoy corresponde a san Juan, pero en la Hoja Dominical y, efectivamente en la Misa, se leyó a san Lucas, como se apreciará: en la dirección electrónica y la captura de pantalla, en un caso, y en la captura de la reflexión del hermano Naudy Mogollón, en el otro: https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy/2025/09/14.html. Señaló el padre Peraza que, hoy, enmuchas partes del mundo es fiesta de la Cruz que nosotros celebremos en el mes de mayo, por lo que - acá -se sigue el tiempo ordinario.
LOS TRES PERSONAJES REPRESENTAN DISTINTOS ASPECTOS DE NOSOTROS MISMOS
Fray Marcos (Rodríguez)
[San Lucas, 15: 1-32]
La liturgia propone la parábola del "hijo
pródigo" con la intención de que nos identifiquemos con el hijo pródigo.
Pretende hacernos tomar conciencia de nuestros pecados, e invitarnos a la
conversión.
Sin embargo, hay que tomar buena nota de que esta
parábola no va dirigida a los publícanos y pecadores, sino a los fariseos y
letrados que murmuraban de Jesús porque acogía a los pecadores y comía con
ellos.
Descalifica a los que se creen buenos y son incapaces
de aceptar a los que no son como ellos.
Se trata de un relato ancestral que se encuentra en
todas las culturas. Es un producto del subconsciente colectivo que expresa
realidades escondidas de nuestro ser profundo. Es un prodigio de conocimiento
psicológico de la persona humana, pero también, un alarde de experiencia
religiosa.
Desde el punto de vista personal, la comprensión de
esta parábola ha sido para mí una verdadera iluminación. He visto reflejada en
ella de manera sublime todo lo que debemos aprender sobre el falso yo y nuestro
verdadero ser.
Pero también, la necesidad de interpretar la parábola,
no desde la perspectiva de un Dios externo a nosotros, aunque sea padre
misericordioso, sino desde la perspectiva de un Dios que se revela dentro de
nosotros mismos y actuando desde dentro. Yo mismo tengo que ser el Padre que
tiene que perdonar, acoger e integrar todo lo que hay en mí de imperfecto y
engañoso.
El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturaleza
esencial, lo divino que hay en nosotros. Es la realidad que tenemos que
descubrir en lo hondo de nuestro ser y de la que tanto hemos hablado
últimamente. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo
que hay de Dios en nosotros, formando parte de nosotros mismos y que se
relaciona con nosotros desde nuestro centro.
Esa verdadera realidad que somos está siempre abierta
y esperando abrazar a todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que
espera abrazar y fundir todo el hielo que encuentra en nosotros. Esa realidad
fundante, nunca lucha contra nada sino que lo intenta abarcar todo e integrarlo
en ella misma.
Los tres personajes representan distintos aspectos de
nosotros mismos.
El hijo menor simboliza nuestro "yo",
nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no
descubramos lo que realmente somos. Es la ola que se siente capaz de vivir sin
el océano, porque lo considera una cárcel. Quiere seguir siendo "yo".
Opone resistencia a todo lo que no es ella y cree que lo que no es ella la
puede aniquilar. De ahí, tarde o temprano, surge la inseguridad. Tiene que retornar
a su verdadero ser, porque lo que alcanza por ese camino nunca podrá
satisfacerle.
El hijo mayor representa también nuestro
"ego", pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no
se ha identificado todavía con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el
Padre), pero sigue aún apegado a su naturaleza egocéntrica. De ahí que
permanezca en la dualidad que le parte por medio.
Sigue creyendo que la individualidad es imprescindible
y no puede aceptar el verdadero ser de los demás, porque no se ha identificado
con su verdadero ser. El "yo" y el "ser verdadero" aún
siguen separados. El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo
tendrá que descubrir en su interior y en los demás (el hermano).
El aparente buen comportamiento está motivado por el
miedo a perder el cariño del Padre y no es ninguna virtud sino una
manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar
el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de
divino en él, el Padre.
Todos tenemos que dejar de ser "hermano
menor", y también tenemos que superar el estadio de "hermano
mayor", para convertirnos finalmente en "Padre".
La insistencia maniquea de nuestra religión en el
pecado, nos ha hecho interpretar la parábola de una manera reduccionista. Es un
error llamar a este relato la parábola del "hijo pródigo". Si nos
fijamos en el contexto, veremos que el motivo de la narración es que los
fariseos y letrados critican a Jesús porque acoge a los pecadores y come con
ellos. No va dirigida a los pecadores para que se arrepientan, sino a los
fariseos para que cambien su idea de Dios.
Se trata de defender la postura de Jesús para con los
publicanos y pecadores, que manifiesta lo que es Dios para cada uno de
nosotros, seamos "buenos" o "malos". En la manera de actuar
con los dos hijos, el Padre de la parábola hace presente a Dios; de la misma
manera que Jesús al acoger a los pecadores está haciendo presente a Dios.
Normalmente hemos considerado la parábola como
dirigida a los "hijos pródigos". Da por supuesto que todos tenemos
mucho de hijo menor, que es el malo. La verdad es que el mayor no sale mejor
parado que el menor y debía de ser objeto de una atención más cuidada.
Es relativamente fácil sentirse hijo pródigo. Es fácil
tomar conciencia de haber dilapidado un capital que se nos ha entregado antes
de haberlo merecido. Como el hijo menor, es fácil tomar conciencia de que hemos
renunciado al padre y a la casa, hemos deseado que estuviera muerto para
heredar, hemos traicionado a la familia, hemos renegado del entorno en que se
había desarrollado nuestra existencia.
Todo para potenciar nuestro egoísmo, para satisfacer
nuestro hedonismo a costa de lo que se nos había entregado con amor. El fallo
estrepitoso del hijo menor de la parábola, y la situación desesperada a la que
le ha llevado, facilita la toma de conciencia de que ha ido por el camino
equivocado. Le hace entrar dentro de sí y descubrir que hay que rectificar.
Más complicado es el caso del hijo mayor. También está
alejado del Padre, pero le será mucho más difícil descubrirlo. Había obedecido
en todo, pero esa actitud externa no iba acompañada de una maduración interna.
Es más difícil que descubramos en nosotros al hermano mayor, y sin embargo,
todos tenemos muchos más rasgos de éste que del menor.
Con frecuencia, no entendemos el perdón del Padre para
con los pródigos, nos irrita y molesta que otras personas que se han portado
mal, sean, a la postre, tan queridas como nosotros. No percibimos que rechazar
al hermano es rechazar al Padre. No sólo no nos sentimos identificados con el
Padre, sino que intentamos, por todos los medios, que el Padre se identifique
con nosotros; cosa que no le pasa por la cabeza al hermano menor.
Desde esa perspectiva tampoco descubrimos que tenemos
que regresar al Padre. Por eso la parábola deja en un suspense inquietante la
respuesta del hermano mayor. No nos dice si el hijo hace caso al padre y se
incorpora a la fiesta. Esto nos tiene que hacer pensar.
El padre espera a uno con paciencia durante mucho
tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al
otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que
piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro.
El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional.
Ese amor debía ser motivo de alegría para uno y para otro.
El llegar a ser Padre, no supone el ignorar nuestra
condición de hermano menor y mayor, hay que aceptarlo, hay que saber convivir
con lo que aún hay en nosotros de imperfecto. Debemos intentar superarlo, pero
mientras ese momento llega, hay que aceptarlo y sobrellevarlo desplegando el
amor incondicional del Padre.
Tanto el hermano menor como el hermano mayor que hay
en cada uno de nosotros, debe ser objeto del mismo amor. La parábola no exige
de nosotros una perfección absoluta, sino que nos demos cuenta de que nos queda
un largo camino por recorrer. Lo que pretende es ponernos en el camino de la
verdadera conversión: la superación de todo egoísmo e individualismo.
El descubrimiento de que somos el hermano menor y, la
vez, somos el hermano mayor, nos tiene que hacer ver el objetivo de la
parábola, que es el Padre. Todos estamos llamados a dejar de ser hermanos e
identificarnos con el Padre como Jesús. (Aquí podemos descubrir un profundo
significado de la frase de Jesús: "Yo y el Padre somos Uno").
Nuestra maduración personal tiene que encaminarse a
reproducir la figura del Padre. "Sed misericordiosos como vuestro padre es
misericordioso". El relato nos tiene que hacer ver, que siempre habrá en
nuestra vida, etapas que hay que superar por imperfectas.
Nuestra atención no debemos centrarla en la superación
de la condición de hermanos sino en aproximarnos al Padre, que imita a Dios.
Para Jesús, el que Dios sea Padre no significa que es una persona a la que se
le puede aplicar la cualidad de padre. Se trata más bien de descubrir en la
relación padre-hijo lo esencial de Dios. Podíamos decir que Dios no es un
padre, sino la paternidad. Ser Padre-Amor, pertenece a la misma esencia de
Dios.
Resumiendo: Permanecer alejados de nuestro verdadero
ser es alejarse de Dios y caminar en dirección opuesta a nuestra plenitud. Pero
vivir junto a Dios sin conocerlo e imitarlo, es hacer de Él un ídolo y alejarse
también de la meta, pero creyendo que caminamos hacia ella; lo que hace mucho
más difícil que podamos rectificar.
Meditación-contemplación
Yo y el Padre somos UNO.
Es la mejor expresión de lo que fue Jesús.
Tú también eres UNO con Dios, pero todavía no te has
enterado.
El día que lo descubras,
esa frase saldrá también de lo más hondo de tu ser.
.............................
Descubre lo que hay en ti de hermano menor:
me dejo llevar por el hedonismo individualista,
busco lo más fácil, lo más cómodo, lo que me pide el
cuerpo...
Mi objetivo es satisfacer las exigencias de mi falso
"yo".
...............................
Descubre lo que hay de hermano mayor:
busco la cercanía de Dios, pero fabrico un Dios a mi
medida,
un Dios que me quiera, porque soy mejor que los demás
Y me debe ese amor que le exijo.
..........................
No busques modelos fuera, todos son falsos.
El único modelo debe ser Él,
que no está "en los cielos", (en las nubes)
sino en lo hondo de tu ser,
esperando ser descubierto y vivido y manifestado.
Fuente:
Padre Peraza: https://www.facebook.com/arperaza/videos/751432864531280
Padre S. Martín: Asesinato de Charles Kirk, persecución interna en la Iglesia, martirio cristiano:
Padre Barron: https://www.youtube.com/watch?v=kZFBMti00Gk
Monseñor Munilla: https://www.youtube.com/watch?v=i6dk32x-B4c


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