DIÁSPORA E INTERLOCUCIÓN
Luis Barragán
A principios del siglo pasado, surgieron voces dirigentes en América Latina que, por distintas circunstancias, coincidieron y sostuvieron una relación personal y epistolar que derivó luego y muy luego en vínculos fraternos y propósitos comunes, e, igualmente, en roces y confrontaciones, a veces, legendarias. Quizá por la enorme trascendencia de la revolución mexicana y la reforma universitaria de Córdoba, o el inicial y resuelto impulso de la Internacional Comunista que suscitó fervores y rechazos, cobró fuerza una dimensión continental absurdamente abandonada después de la épica independentista, tendiendo puentes que perfeccionaron el ideario democrático, luchando por las libertades públicas violentadas por caudillos y caudilletes que ya no cupieron en el marco de una creciente y, a lo mejor, irresistible modernización.
En el marco de
las contradicciones que acarrea todo proceso histórico de transformación social,
aparecieron aquéllos jóvenes referentes de variado credo ideológico que
trascendían las fronteras. Por supuesto, hubo amistades y enemistades
cultivadas por décadas, casi absolutamente contemporáneos respecto a su
formación académica y política, acumulación de experiencias, y la celebración o
el lamento de los triunfos y fracasos que le concedieron madurez para el ejercicio
de las responsabilidades públicas.
Nada casual,
es en la presente centuria que Venezuela no conoce de vínculos semejantes
respecto a los actores políticos de un vecindario inmediato de millones de
kilómetros², a menos que se tengan por tales, en el campo opositor, las relaciones
efímeras que una determinada coyuntura ha forzado; o, en el oficial, el turismo
dizque doctrinario de una vasta clientela multinacional obligada a pasar por
Caracas, ideados y subvencionados grandes eventos de escritores o juventudes de
marca soviética, y hasta conciertos a lo Miguelito Jagger en la Cuba de tantas
ruindades. A modo de ilustración, hoy lucen irrepetibles las afinidades que el
tiempo profundizó entre el chileno Eduardo Frei Montalva, el uruguayo Juan
Pablo Terra y el venezolano Rafael Caldera; o las distancias que cobraron el
peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, el chileno Salvador Allende y el
venezolano Rómulo Betancourt; por cierto, encuentros y desencuentros de un
liderazgo decidido, paciente y acreditado que no tienen comparación alguna, una
vez en el poder, con las ingenuas hermandades decretadas por Chávez Frías con
Castro, Lula, Evo y todo aquél que lo recibiese y resistiese la fatigante
verborrea para toda ocasión..
Por las
consabidas condiciones y situaciones que todavía atravesamos en este lado del
mundo, referidos a la oposición, con honrosas excepciones, nos hemos aislado
de aquellos novedosos movimientos sociales, políticos y culturales de otras
latitudes; no existe una adecuada proporción entre la dirigencia de un forzado
exilio y el resto de nuestra diáspora mayoritariamente honesta, sacrificada y
trabajadora. Valga acotar, tampoco nexos personales del liderato emergente
transocéanico, independiente de todo trámite o diligencia de una ONG.
En días pasados,
nos conmovió el testimonio de una reiterada solidaridad proveniente de nuestro
querido Uruguay: los paisanos supieron de las precisas reminiscencias de
Daniel Radío, médico que fue diputado por el departamento de Canelones y ahora
ocupa una alta responsabilidad pública en su país (https://apuntaje.blogspot.com/2024/09/consecuente-solidaridad.html).
Tiempos de una comprometida militancia juvenil, lo conocimos en la Caracas de
finales de los ochenta, donde se residenció por un breve tiempo debido a las
tareas internacionales que tempranamente desempeñó; agreguemos, conoció con
exactitud al país del Caracazo y lo recordamos en una reunión de la dirección
nacional juvenil socialcristiana en la que analizamos a profundidad el
dramático instante que se ha extendido ya por décadas, renunciando a asistir a
los actos del bicentenario de la revolución francesa de mediados de año que
algún alboroto produjo.
Desde la
curul, o fuera de ella, la sensibilidad del paisano Radío, como lo podemos
calificar, demuestra la hondura de sus limpias convicciones, la medida de su
coraje, y, al mismo tiempo, la ventaja
de una precoz vocación política que fue parte de una tradición - por estas
extensas comarcas - tan necesaria de recuperar. Habla más de las vivencias,
esfuerzos y sacrificios compartidos de real significación y compromiso que de
una mera faceta de las relaciones públicas que dice ejemplificar la política al
ritmo de las redes digitales.
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