LA DIATRIBA ESPAÑOLA
Guido Sosola
Marcando una
buena distancia cualitativa con el nuestro, el debate español por estos días se
ha centrado en los servicios de inteligencia, la llamada baja menstrual y la
breve visita del rey emérito que sólo encontró entreabierta la puerta de La
Zarzuela. De nuevo se ha sentido el peso
de Felipe VI, por encima de las diatribas y escándalos suscitados por el
particular jefe de Gobierno con el que le ha tocado lidiar con una mayor
paciencia de la que ha tenido con su propio padre.
El emérito se propuso “normalizar”
unas relaciones con el país y con la familia real misma, sin que fuese posible,
debiendo considerar los “distintos acontecimientos y sus consecuencias en la
sociedad española”, según la filial sentencia propinada por el titular del
trono. De incompatible conducta con el canon ahora prevaleciente en la regia
casa, quizá antes, las diferencias hubiesen contado con otras y duras
manifestaciones políticas, pero una nota editorial de El País de significativo título
(“Juancarlismo anacrónico”), estima que “es posible que Juan Carlos siga sin entender
por qué y de qué se le piden explicaciones”, menos creíble en el caso de
Alberto Nuñez Feijóo y Santiago Abascal, incluyendo una causa pendiente en
Londres con una ex – amante; por cierto,
nota publicada en la edición del 24 de los corrientes, en la que también
aparece un texto de J. D. Quesada y F. Singer, en tono al “capitalismo
desbocado” en Venezuela.
Por lo visto, el otrora Príncipe de
Asturias tomó muy en serio su formación para el ejercicio de la jefatura de
Estado, revalidando ciertas intuiciones, incluyendo una extremada cautela para defender
eficazmente la monarquía en tiempos que luce aparentemente prescindible, si no
fuese por los díscolos dirigentes que suelen pelearse La Moncloa recurriendo a
toda suerte de subterfugios. Valga acotar, el asunto dio ocasión para un
magnífico artículo del maestro Manuel Fernández-Fontecha Torres para El Mundo
(día 23), inmediata y naturalmente reproducido por un portal especializado como
Iustel, aclarando que “la Corona hereda al Rey, no el Rey a la Corona”, marcando
un detalle que va más allá de cualquier tratamiento banalizador.
Una admiradora tenaz del emérito,
Laurence Debray, en su reciente obra “Mi
rey caído” (Debate, Barcelona, 2022), oscilando
entre la decepción y la incomprensión, hubiese preferido otra decadencia y no
la que involucra al cazador de elefantes con una amante que prefirió una “donación
con valor sentimental” de 65 millones de euros, por ejemplo, presumido el
exilio o, peor, la expatriación, en Abu Dabi, como una muestra de debilidad de
Felipe ante los republicanos; empero, antes
ha dejado claro: “Felipe VI lleva el timón
con esmero y austeridad. Aún no ha conquistado el corazón de los españoles,
pero se ha ganado su confianza, vigilante” (pp. 12, 165, 167 ss.). A contrapelo
de la versión que ha sembrado Pablo Iglesias en relación al papel del emérito
en la transición española hacia la democracia, Debray lo exaltó con muestras de
una admiración desinhibida, aunque hizo de su pecado una señal familiar al
asegurar que “un Borbón sin amante no es digno de ser un Borbón en el trono de
España”, heredando ese “pecado dinástico”, en una reseña tan delatora de los
sentimientos de la autora (“Juan Carlos
de España. La biografía más actual del rey”, Alianza Editorial, Madrid, 2013: 348).
Una variada y libre discusión
caracteriza a los medios escritos ibéricos, como acá ni siquiera ya sospecha. Y
son pocas, muy pocas las voces ponderadas,
sensatas y equilibradas, siendo tan díscola una dirigencia política que osa
hasta de disfrazarse de una sobriedad por siempre traicionada.
26/05/2022:
https://www.lapatilla.com/2022/05/26/guido-sosola-la-diatriba-espanola/
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