GRAMSCI EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
Luis Barragán
Naturalmente,
numerosas personas siguieron por las redes el debate de la investidura: por
lejano que pudiera parecer, importa el
destino de los ibéricos tan afectados por una izquierda estrafalaria que los
coloca en una – antes – impensable situación de riesgo y peligro. La que
conquista y retiene por siempre el poder a cualquier precio, reinventando
constantemente las más disímiles banderas.
Entre
nosotros, hubo también un sentimiento de sana envidia por aquellas libertades
que todavía no ha perdido el reino,
valiendo el acento irónico para los republicanos que ha emboscado el reelegido.
Acá, luce inevitable la reminiscencia en torno a un pasado de talentosos
oradores, frecuentemente, hábiles e ingeniosos, que le dieron lustre al
Congreso de la República que, no por casualidad, al desaparecer, marcó la pauta
para que tuviera igual suerte la opinión pública organizada y que tan
hazañosamente aún se resiste. Y siquitrillados por el más demócrata de los
golpistas (contradictio in terminis,
espeluznantemente legitimada por el barinés que hizo trizas la alternabilidad
del poder), es obvia toda angustia por
los pasos que seguirá España.
Jamás
conmovido el rostro blindado de Pedro Sánchez, ejecutó milimétricamente una
calculada y eficaz pieza oratoria que no reparó en el gusto por las frutas de
Díaz Ayuso, o en el gesto de Irene Montero, cuando le recordaron esta última
sentada en la bancada oficialista tras la despedida de Podemos de los principales
escenarios. Desde la tribuna, aquél soltó un par de carcajadas de burla y honda
satisfacción en medio de la victoriosa refriega, como pocas veces o quizá nunca
hemos visto, consciente de que estuvo en el deber de perder por completo las
elecciones en razón de las objetivas condiciones que la apuntaban: una
desastrosa gestión apaciguada por la
retórica y la más absoluta arbitrariedad, sin reparar en los daños
institucionales ocasionados. Empero, no
olvidemos el dato esencial: las excentricidades de una postura.
En efecto, los
compromisos asumidos con Carles Puigdemont y su gente, e, igualmente, con los separatistas vascos
que un novelista como Fernando Aramburu ha retratado tan magistralmente, rompen
con la noción clásica, tradicional o bien macerada de progreso y progresismo. Y
es que el Estado Nacional, la identidad y la integración nacional, y el
gentilicio europeo fueron expresiones de progreso, progresividad y progresismo
ante la fragmentariedad, el desperdigamiento y la dilución: la congregación
nacional de los italianos y los alemanes, constituyó un avance importante.
Coincidiendo
las circunstancias españolas con la relectura de un autor que nos permite
escudriñar al marxismo, desde el marxismo mismo, como Antonio Gramsci “El ´Risorgimento´” (Granica Editor, Buenos
Aires, 1974), constatamos las transformaciones de una izquierda cada vez menos
europeísta y más latinoamericana que ha perdido la brújula al desprenderse del
propio Marx, en nombre de un radical pragmatismo, suma de las más inverosímiles
estratagemas, devota del erario público.
Hoy, contrariado, el sardo celebró la unificación de la Italia dividida,
entendiendo el resurgimiento como un proceso de formación de las “condiciones y
de las relaciones internacionales” que le permitieron constituirse en nación y
a las “fuerzas internacionales desarrollarse y expandirse” (66).
Hubo necesidad
y consciencia de la unidad europea, dándole Gramsci un valor arqueológico a
términos como “nacionalismo” y “municipalismo” (70), en tiempos de un gran
conglomerado de pequeños y medianos
Estados en la península itálica,
tanto o más inviables que en otras latitudes. Salvando las distancias,
América contó con el idioma como una extraordinaria herramienta de integración,
limitados los localismos que no hubiesen permitido antener su propia
independencia política.
En los tiempos
que corren, a la España prácticamente confederada de hoy, puede seguirle la
larga y amarga experiencia de un inacabable fraccionamiento, incluso, en el
seno de las comunidades separatistas que no más tarde no podrían evitar el
desprendimiento de provincias y comarcas. Una definitiva desintegración que
puede darle alcance al resto del continente, tiene su origen en una izquierda
extravagante capaz de descubrir o fabricar nacionalidades, donde no las hay,
como lo osaron sus pares en el Chile de la afortunadamente fracasada
constituyente de 2022.
Aventajados
por una excesiva manipulación del lenguaje, luce inherente a los excéntricos
progresistas de la hora, un conflicto propicio a la balcanización que se nos
antoja en correspondencia a los intereses económicos y geopolíticos del
obscurantismo anti-occidental. Y el separatismo cultivado, culmen de todos los
esfuerzos antiguamente orientados a derrotar a la burguesía, a la larga no
exhibe diferencias con los otros separatismos: por ejemplo, la prensa española
informó en un mismo día, el desmantelamiento de organizaciones neonazis y
yihadistas con pretensiones secesionistas (https://apuntaje.blogspot.com/2023/11/hechos-simultaneos.html).
A Gramsci también lo borraron de las actas de la sesión de investidura, y quizá sea investigado por quienes piden hacer lo propio con los jueces que apuntaron hacia Puigdemont y compañía. El progreso es otra cosa, añadido el cinismo de un triunfo por suplicada y expresa decisión de quienes contra la existencia misma de España.
Fotografía: LB.
19/11/2023:
https://www.lapatilla.com/2023/11/19/luis-barragan-gramsci-en-el-congreso-de-los-diputados/

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