PAR DE CHAPAS
Luis Barragán
De nuevo, los venezolanos salimos
extrañados del ciclo decembrino. Y es que tampoco supimos de las antiguas
escenas de los niños probando sus
juguetes en los espacios públicos, ni de las más variadas escenas de ocio de
los más adultos exhaustos de la festividad que, de un modo u otro, fue
experiencia generalizada.
Desde
el principio, el régimen se ha empeñado en privarnos de la alegría más
espontánea y, aunque igualmente supo del inocultable derroche petrolero, en los
tiempos de la inusitada bonanza dineraria, por siempre, estuvo asociada a una
tregua navideña de la conflictividad, al frío, a la sana recreación y al
esperado reencuentro con toda la familia. Absolutamente, hoy, más allá de la
pandemia de la que se han servido, los mandamases que quebraron la economía y
desataron una prolongada hiperinflación, aplauden la diáspora antes
inimaginable, y ofrecen, en las más exclusivas áreas urbanas, la diversión de
los privilegiados, con un insólito y estridente espectáculo del que se puede
ser lejano testigo, de acuerdo a una suerte de síndrome de Las Mercedes: se
puede visitar el lugar, admirar los automóviles de última moda estacionados en
los más caros restaurantes, para devolverse a casa a rumiar la frustración de
una vida decente, como luce todo el propósito de exponer el extravagante estilo de vida socialista.
Estilo
incompatible con el sano esparcimiento que nos permite recordar una variante
muy económica del béisbol que solíamos llamar juego de chapitas, muy frecuente en todas las treguas del año,
requerido de los más insignes reflejos del atrevido jugador. Bastaba un palo de
escoba, el obsequio de las chapitas del bodeguero que diaria e incesantemente
vendía los refrescos de botella, y la apropiación de una calle de poco tránsito
automotor y atento tránsito peatonal ante el furtivo, veloz e imprevisto batazo.
Ha
desparecido de nuestro paisaje la recreación, no sólo porque ha bajado
asombrosa y calamitosamente los niveles de consumo del venezolano, tan
aniquilada nuestra siderurgia que una pequeña lámina para tapar las gaseosas
constituyen todo un lujo, sino porque nos prefieren testigos de la diversión
ajena. Lo es el caminar con la familia por las proximidades de los casinos, por
ejemplo, e intentar distraerla con sus juegos de luces, u observar los
escandalosos niveles de consumo de las minorías que logran atraer algunos
centros comerciales.
Puede
decirse que el juego de chapitas,
acaso, tiene lo que puede llamarse una raya:
Andrade se convirtió en tuerto al jugarlo con el Chávez que lo desojó,
convirtiéndolo en archimillonario. Empero, irremediable, aquél tuvo el par de
chapas bien puestas para hacerse cantante en Estados Unidos, tomándose muy en
serio el juego.
09/01/2022:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario