DE LA EMBOSCADA NOTICIOSA DE RUSIA
Luis Barragán
Desde el impredecible fondo de los
forcejeos que trenzan el este de su país, el vicecanciller de Rusia ha ganado
los cinco minutos reglamentarios de fama en la vida al amenazar con un
despliegue de tropas y de otras armas a Venezuela y Cuba, escandalizando a la
opinión pública por semejante boutade.
Es de suponer que, entre los numerosas corporaciones terroristas que se han
subastado nuestro territorio nacional, las habrá muy entusiastas frente a los
rusófobos que apuestan por un gobierno musulmán en Kazajistán, buscando la
chispa que encienda la pradera en Ucrania. Empero, coincidirán con los
rusófilos en que la amenaza es, apenas, una suerte de misil verbal, el único artefacto
psicológico de dudosa eficacia que puede lanzar Putin al hacérsele
prácticamente imposible sostener una masiva movilización de soldados para
librar la guerra intercontinental que no autoriza la economía rusa, ni las
encuestas que lidian con los efectos de la pandemia en el país de las grandes
heladas, bajando la popularidad del gobierno.
Tendida
la emboscada noticiosa, la invectiva guarda correspondencia con el imaginario
que cultivó Chávez Frías en torno a la Rusia y la China gigantescas e invencibles,
capaces de confrontar a Estados Unidos y a todo el occidente para defenderlo
gratuitamente, escondiendo la asombrosa relación neocolonial que nos impusieron,
debiéndoles hasta el modo de andar, por lo que son suyos los más importantes
recursos naturales que nos quedan. Y, además, encubriendo la naturaleza misma
de una tupida relación comercial con Rusia, no sólo, aunque principalmente ejemplificada
con la venta de armas y de asistencia tecnológica militar, por lo que destacan acá
a un personal que jamás se ha presentado en sociedad, negado
el derecho más elemental de preguntarles qué hacen por la zona tórrida.
La
bibliografía disponible indica que la superpotencia militar no cuenta con una
economía equivalente y capaz de sostener una aventura transcontinental, aunque
se lo proponga Putin. Entre otros autores, Carlos Taibo (“La Rusia
contemporánea y el mundo”, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2017), ha
reseñado el incremento del gasto militar y el papel desempeñado por la
industria militar, siendo necesaria la actualización del arsenal atómico, con
importantes limitaciones presupuestarias, que la dejan muy atrás de Estados
Unidos y sus aliados, aunque son notables las mejoras al considerar sus
incursiones en Ucrania, Chechenia, Siria y Osetia del Sur, nostálgica de la
presencia soviética en Cuba y Vietnam: como hoy puede verificarse con relativa
facilidad, “el designio de recuperar un papel
internacional de primer orden para el país reclama recursos que pueden empeorar,
por otra parte, la situación interna y debilitar, paradójicamente, a Rusia”
(189).
Más importante que la venta y
mantenimiento del sistema de armas, luce la realización de la guerra no convencional
(para la otra, sobra aparentemente la mano de obra), perfeccionando los
servicios de contrainteligencia. Acotemos, los rusos hicieron un considerable
aporte a la creación del Estado Cuartel que entronizó ministerialmente a
Padrino López, pero, agotado, cediendo el paso al Estado Depredador,
posiblemente apostarán por el alto oficial del patio en un futuro cercano o
lejano, a objeto de influir en una transición que salve los intereses del
inamovible zar de esos tiempos.
Existe una natural inquietud en los medios sobre la materia,
pero la interesada versión que corre ayuda y mucho, a aclarar la situación,
estimulando el debate. Por cierto, el que hemos adelantado a través de un grupo
de trabajo que cuenta con el aporte de un especialista, como Jonathan
Benavides, rusólogo y rusógrafo del que se sabe también en El Nacional.
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