DELIVERY POLÍTICO
Guido Sosola
Meses antes de
caer Pérez Jiménez, acompañé a un tío a buscar tres medianos bloques de papel
común impreso, muy bien alineados y envueltos en el tipo de papel que servía a
las carnicerías para despachar sus cortes, por cierto, nada parafinados. El carro tenía alguna ligera falla, pero – en
lugar de subsanarla - prefirió él que fuésemos en autobús; en efecto, tomamos
dos mastodontes para llegar finalmente a un costado de la Plaza Francia, como
llamaban el generoso espacio de una Altamira tan fresca como la lejana Caracas.
Colocó
cuidadosamente, los bloques en el fondo de un saco de tela de coleto, porque –
comentó – aprovecharía el tránsito a pie por Chacao para comprar algunas cosas
entre dos calles que tenían un piquete extendido de vendedores de verduras,
cambures, latas de leche en polvo, y hasta ropa en oferta, entre las viejas
casas, bajo la mirada indiferente de la policía uniformada con tela de caqui y
botas altas. En el lugar, noté que
subrepticiamente mi tío entregó uno de esos paquetes y, a cambio, echaron en nuestra
bolsa abundantes legumbres de un peso obviamente más bien ligero.
Anduvimos a
pie, poco a poco, pendiente de las bolsas de caramelos que le encargaron y,
finalmente, las compramos en el mismo local que le ofertaron los perros
calientes como una novedad para la fiesta sorpresa del cumpleaños de mi primo que,
además, se perdió de probar por adelantado una delicia. Y lo fue, pues, en
lugar del tradicional corte del pan para colocar la salchicha con el chorrito
de salsa de tomate, lo abrieron por encima, le pusieron una cucharadita de
mayonesa, sal y una hojita de laurel. Empero, no pudo pactar el envío de unos
veinte perros “frescos” para la tarde porque Puente Mohedano, en cuyas
adyacencias vivía el cumpleañero, quedaba demasiado lejos para el repartidor en
bicicleta, dañada como estaba la motocicleta del “compañero” que recibió los otros
paquetes.
Por supuesto,
el llamado “delivery” de hoy, masivo y rápido con fórmulas tan automáticas de
pago, no se compara con el de ayer, aunque – más modesto – siempre lo hubo
gracias a los abastos, bares, restaurantes y floristerías que arriesgaban con
el reparto de los productos aún más delicados, como el de la cotidiana y
madrugadora distribución del pan y la leche en una flamante botella de vidrio. Fueron
muy pocas las novedades aportadas al perro caraqueño, apenas la mostaza y la
cebolla cortadita desde los sesenta, pero es ahora que también se ofrece a
domicilio con el mierdero de sabores que no saben a nada, gracias a las salsas,
los quesos, las papitas, los brontosaurios y pterodáctilos que faltan para
rellenarlos cilíndricamente.
Abriendo después
paso a lo que sería después Parque Central, en la demolidísima casa de los
abuelos, encontramos en una libreta que volvió a reaparecer por estos días, los
datos telefónicos de la casa “delyverante” original de los perros calientes que
en 1935 repartía entre las angostísimas calles de la inmensa e incómoda aldea
caraqueña: 5281 y 5989, pues quizá alguien tenga interés. El dueño se mudó después de local, y, al
pasar el susto uno de sus hijos, mal herido en puesto asistencial de la esquina
de salas en la mañana del 19 de octubre de 1945, decidió que no prestarían más
el servicio a domicilio y no tanto por los peligros de la calle, sino porque la
gente degustaba un poco más los sencillísimos perros calientes en el estadio de
San Agustín, aventajado por las frituras de marrano, en medio de la mismísima
calle: ¿a juzgar por el presente, todo un atavismo citadino?
El otro “delivery”
fue el de la propaganda antidictatorial: viajar hasta los pueblos de Chacao,
Altamira y Petare para llevar lo panfletos que apoyaban y exaltaban la Carta
Pastoral de monseñor Rafael Arias Blanco, denunciando la situación de la clase
obrera en Venezuela por aquellos días de mayo de 1957, no fue nada fácil. Por
cierto, de un lado, arzobispo del cual ya nadie se acuerda (les recomiendo el texto
de Manuel Adonís: https://biblat.unam.mx/hevila/BoletindelaAcademiaNacionaldelaHistoriaCaracas/2007/vol90/no357/8.pdf),
tuvo una actitud firme y valiente; y,
por el otro, bien difundida la Carta,
era necesario interpretarla adecuadamente y resaltarla, como en efecto se hizo
a través de los más atrevidos partidos en circunstancias harto difíciles y
hasta crueles, todavía sin fundarse la Junta Patriótica.
Comencé a entender
estas travesuras de mi tío, como supo también mamá que su hermano andaba en cosas
riesgosas, pero todo bajo un pacto absolutamente tácito de silencio: ninguno se
daba formalmente por enterado de estas y otras diligencias, aunque a veces
pesaba demasiado la angustia. Concluyendo
el bachillerato, aprendí e hice mi propia ruta “delyverativa” con
varios compañeros del salón por lo que retaba de año.
Reproducción; El Universal, julio de 1935.
20/05/2024:
https://www.lapatilla.com/2024/05/20/guido-sosola-delivery-panfletario/
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